Realmente no hemos presentado este espacio, este blog, directamente escribimos la primera entrada, pero solo con que sepáis qué es una libreta "desastre", tenéis suficiente. Pero si ocurre el caso de que sois muy ordenadas y ordenados y nunca habéis tenido una libreta así os lo voy a explicar: una libreta "desastre" es aquella libreta que muchas veces hemos utilizado para varias asignaturas a la vez, una libreta en la que hemos hecho dibujitos por las esquinas o por los centros, hemos escrito pequeñas historias, notas recordatorias...
Este es nuestra "libreta desastre especial" y, si en la anterior entrada hablábamos sobre los mejores anuncios publicitarios, hoy vamos a contar un cuento, un cuento inspirado en un cuadro al óleo pintado por una amiga, Esther García. Deseamos que os guste...
"EL BANCO DE LA ESTACIÓN"
"EL BANCO DE LA ESTACIÓN"
Cada mañana lo veía sentado en el mismo banco de la estación.
Día tras día, semana tras semana, allí seguía, mirando con interés a cada persona que pasaba, perdiéndose de vez en cuando entre las multitudes que a horas puntas se agolpaban en los andenes, quizás recordando con añoranza tiempos pasados.
Yo solía coger el tren de las 8:15 de la mañana para poder llegar un poco antes a la universidad y desayunar en la cafetería uno de esos cruasanes recién hechos que con tanta amabilidad te servían las camareras. A aquellas horas, el señor de la barba, como yo solía llamarle, ya estaba allí sentado, y cuando volvía, fuese la hora que fuese puesto que cada día tenía un horario diferente, seguía allí, como si no se hubiese movido, como si formase parte de la infraestructura de la estación, una estatua de cobre más como las que allí habían y eran ahora cobijo de palomas.
Pasaron los meses y cada vez me intrigaba más conocer su historia, saber porqué pasaba cada día en aquel banco. Hubo un tiempo en el que imaginé que tal vez, hacía años, alguna persona muy especial para él se había marchado en uno de aquellos trenes de vapor que ahora quedaban solo en museos y en las mentes de aquellos que todavía hoy, viven anclados en el pasado. Tal vez fuese el caso de aquel señor y aquella persona que tanto quería no había vuelto, nunca más había recibido ninguna noticia y ya no le quedaba nada para lo que vivir. También me pregunté si no tenía hijos o esposa, era posible que no tuviese a nadie, y fue en aquel momento cuando sentí una gran pena por aquel hombre de barba blanca y rostro arrugado. Fue en aquel momento cuando decidí que debía conocerle, acercarme a él, saludarle y preguntarle.
Pero a la mañana siguiente, en aquel banco no había nadie, estaba vacío, como tantos otros a aquellas horas de la mañana, sólo una paloma ocupaba su lugar. Me quedé largo rato pensando, mirando hacia todos los puntos de la estación por si había decidido cambiar de lugar, pero no, no estaba. Los días siguientes seguía mirando al banco y el señor, aquel anciano que no conocía de nada pero que ya formaba parte de mi vida, no estaba. Y entristecí, y me lamenté por no haberme decidido antes a conocer a aquella alma solitaria. Y fui a sentarme en aquel banco y permanecí allí el resto de la mañana, viendo llegar trenes, marcharse otros, viendo pasar gentes de todos los colores y estilos y de repente, sonreí. Quizás en alguno de aquellos vagones que venían cargados de gentes, había venido la persona a la que aquel hombre esperaba y se habían marchado juntos. O tal vez había recibido alguna noticia que hiciese que esperar ya no valiera la pena. Y me marché de allí.
Ahora, cada mañana miro al banco y sonrío con añoranza, recordando el rostro arrugado de aquel viejecito que pasaba los día sentado en el banco de la estación.
PD: Podéis leer el cuento mientras escucháis música como esta:
Día tras día, semana tras semana, allí seguía, mirando con interés a cada persona que pasaba, perdiéndose de vez en cuando entre las multitudes que a horas puntas se agolpaban en los andenes, quizás recordando con añoranza tiempos pasados.
Yo solía coger el tren de las 8:15 de la mañana para poder llegar un poco antes a la universidad y desayunar en la cafetería uno de esos cruasanes recién hechos que con tanta amabilidad te servían las camareras. A aquellas horas, el señor de la barba, como yo solía llamarle, ya estaba allí sentado, y cuando volvía, fuese la hora que fuese puesto que cada día tenía un horario diferente, seguía allí, como si no se hubiese movido, como si formase parte de la infraestructura de la estación, una estatua de cobre más como las que allí habían y eran ahora cobijo de palomas.
Pasaron los meses y cada vez me intrigaba más conocer su historia, saber porqué pasaba cada día en aquel banco. Hubo un tiempo en el que imaginé que tal vez, hacía años, alguna persona muy especial para él se había marchado en uno de aquellos trenes de vapor que ahora quedaban solo en museos y en las mentes de aquellos que todavía hoy, viven anclados en el pasado. Tal vez fuese el caso de aquel señor y aquella persona que tanto quería no había vuelto, nunca más había recibido ninguna noticia y ya no le quedaba nada para lo que vivir. También me pregunté si no tenía hijos o esposa, era posible que no tuviese a nadie, y fue en aquel momento cuando sentí una gran pena por aquel hombre de barba blanca y rostro arrugado. Fue en aquel momento cuando decidí que debía conocerle, acercarme a él, saludarle y preguntarle.
Pero a la mañana siguiente, en aquel banco no había nadie, estaba vacío, como tantos otros a aquellas horas de la mañana, sólo una paloma ocupaba su lugar. Me quedé largo rato pensando, mirando hacia todos los puntos de la estación por si había decidido cambiar de lugar, pero no, no estaba. Los días siguientes seguía mirando al banco y el señor, aquel anciano que no conocía de nada pero que ya formaba parte de mi vida, no estaba. Y entristecí, y me lamenté por no haberme decidido antes a conocer a aquella alma solitaria. Y fui a sentarme en aquel banco y permanecí allí el resto de la mañana, viendo llegar trenes, marcharse otros, viendo pasar gentes de todos los colores y estilos y de repente, sonreí. Quizás en alguno de aquellos vagones que venían cargados de gentes, había venido la persona a la que aquel hombre esperaba y se habían marchado juntos. O tal vez había recibido alguna noticia que hiciese que esperar ya no valiera la pena. Y me marché de allí.
Ahora, cada mañana miro al banco y sonrío con añoranza, recordando el rostro arrugado de aquel viejecito que pasaba los día sentado en el banco de la estación.
PD: Podéis leer el cuento mientras escucháis música como esta:
1 comentarios:
Nueva sección en comunicadorporquelovalgo, ¡tu blog!
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